Memorias de una Restauradora. CUADERNO DE VIAJE A MUNDOS PRETÉRITOS.
Primera parte
Desde que el hombre es hombre ha sentido la necesidad de plasmar la realidad, o su personal percepción de esta a través del arte y sobre los más variados soportes. Un legado artístico, testigo vivo de la historia, que pervive gracias a conservadores y restauradores.
3 de Octubre,
Entro en el taller, una luz tamizada inunda uniformemente la estancia, todavía huele a alcoholes y acetona, me gusta este olor por la mañana. Un pequeño estudio situado en el centro histórico donde el ruido del tráfico es la ausencia y puntualmente se escucha el tañer de las campanas de la catedral, que acompasa el rumor de los chiquillos en la plaza.
Al fondo varias estanterías acogen incontables botes de diferentes tamaños y colores; algunas de las mezclas secretas se guardan en esos frascos, disoluciones de diversos componentes en variadas proporciones y todo un abanico de herramientas y creatividad. Un espacio donde todo es real, auténtico, mi refugio en medio de este mundo cambiante, frenético y polémico. Para crear hay quienes necesitan cierto caos, para restaurar, mejor orden, silencio y limpieza.
Me conmueve estar tan cerca de una obra a solas, como lo estuvo el autor, en ocasiones durante más tiempo del que se tardó en crearla. Inevitable no crear algún tipo de vínculo con ellas.
Penetrar en cada obra, en su alma, en el arte que contienen me permite reconectar y escapar de esta vida, tan fascinante como agotadora.
La restauración es un trabajo sumamente delicado que requiere de grandes dosis de experiencia, sabiduría y paciencia. Reconozco que en mi vida soy una persona algo impaciente y perezosa, sin embargo frente a una pieza no hay tiempo, ni pigricia, noticias o apetito… ¡sólo puro deleite!
En ocasiones siento como si la obra misma me hablara o alguien en el taller me guiara en momento delicados, cuando solo puedes parar, contemplar, respirar y dejarte inspirar. Entonces todo toma forma: la recuperación de un volumen perdido, una reintegración cromática... Momentos de concentración, de recogimiento que te ayudan a comprender la intención creadora del autor.
Claro que, también, puede ser los efectos de inhalar tanto disolvente.

Ese primer momento cuando pruebo, con un hisopo, la mirada fija y gesto impávido, sobre el barniz oxidado, para comprobar cómo cede a los disolventes. Centímetro a centímetro se hace la luz y emergen los colores originales, es como retroceder en el tiempo, cuando la obra estaba en el taller del artista. Momentos, igualmente, de cierta tensión, dado que, el más mínimo despiste puede ocasionar daños irreversible y arruinar una obra para siempre.
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Sorprendente la diferencia que incluso una fina capa de barniz puede hacer
en la apariencia de una pintura.
En ocasiones entran en colisión los deseos de un cliente que quiere borrar cualquier signo del paso del tiempo y los parámetros del restaurador que prefiere mantener cierta pátina, el llamado “tempo pittore”, que le otorga carácter al cuadro. Música celestial cuando escucho: “me fio de tu criterio, haz como creas más conveniente”.
Muchas historias y vivencias se acumulan en las biografías de los restauradores, clientes que piden que añadas un pajarito a la escena o que la mujer del retrato parezca más guapa, descubrir la firma del autor o algún mensaje oculto, jugar al escondite por los pasadizos secretos de un Monasterio Benedictino, bailar en los palacios más suntuosos de ‘El Gatopardo’, el privilegio de pasear por un teatro desierto y descubrir los mundos entre bambalinas, las salas de ensayos, etc., convivir con leyendas tan misteriosas, como desgarradoras.
Y por encima de todo, en la memoria, rostros de felicidad de clientes satisfechos.
Restaurar una obra, en la mayoría de los casos, es iniciar un viaje hacia mundos pretéritos, asimismo es un viaje personal que se lleva una parte de ti cuando llega la despedida.
Dedicado a mis compañeros cómplices, por tantos buenos momentos, y a mis clientes por su confianza.
¡Va por vosotros!
👉Memorias de una restauradora, segunda parte aquí.
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